Lo que el Párkinson esconde …en Diario de Burgos!

La enfermedad siempre se identifica con el movimiento, pero la medicación potencia otros síntomas no motores y tan conflictivos en las familias que pueden ser tabú

Llega un día en el que una persona diagnosticada de párkinson reivindica actividades sexuales como nunca antes había hecho, lo cual provoca que su entorno concluya que, simple y llanamente, “está salido/a”. También puede ser incapaz de dormir, atenazada de miedo porque “hay alguien” acechando, pero decide callar, no vaya a ser que lo tomen por loco o loca. Otras veces lleva la testarudez al límite o actúa con impulsividad desmedida en cualquier esfera de la vida: aficiones, compras, comida… Estas actitudes hasta entonces inusuales no se deben ni a que los afectados estén ‘salidos’ o locos ni tampoco a que sean tan obsesivos que se olviden de su familia durante horas. No; la explicación a los cambios de comportamiento está en la medicación que toman para el control y la coordinación del movimiento, los síntomas más conocidos de esta enfermedad neurológica, pero no los únicos.

La psicóloga de Párkinson Burgos, Mónica Ortega, una socia diagnosticada en 2013, Mª José Alarcia, y la neuróloga del HUBU Esther Cubo protagonizaron ayer una charla sobre trastornos de control de impulsos y otros síntomas no motores del párkinson, que afectan a más del 90% de los pacientes pero de los que apenas se habla, a pesar de las tensiones que generan con familia y cuidadores.

Hay sintomatología no motora que sí viene con la enfermedad, pero en gran parte se produce o agrava por la medicación que toman para los temas motores”, explica Ortega antes de clasificar la sintomatología “escondida” en varios grupos: trastornos psiquiátricos (alucinaciones, delirios y unas depresiones marcadas más por apatía que tristeza), impulsividad (hipersexualidad, ludopatía, compras o ingestas de comida impulsivas…), comportamientos obsesivos o “hobbismo” (se entregan durante horas a una afición) e insomnio y trastornos de conducta durante el sueño REM (pesadillas “horribles”, que impiden el descanso del afectado y también de su pareja o cuidador principal). “A veces, son más serios y limitantes que los síntomas motores y por eso queremos que se hable más de ellos”, señaló Ortega.

Alarcia contó que “siempre me moví como una liebre” y, de repente, se dio cuenta de que personas mayores la adelantaban por la calle. Una situación a la que siguió la rigidez en las piernas, una pérdida de atención que atribuyó a su reciente jubilación y, por fin, el diagnóstico. “Me asocié al día siguiente porque siempre he creído que las cosas, si las conoces, las puedes tratar”, dice, añadiendo que “enseguida me noté mejor del tema físico”.

Sin embargo, explicó que ahora que el organismo ha ido acumulando medicación, afloran otros síntomas: “Testarudez, obsesión porque a mis nietos pueda sucederles algo y por mi huerta: me voy y me olvido de todo durante horas”. Afirma ser consciente de ese comportamiento obsesivo y a veces impulsivo, sobre todo porque su marido y sus hijas se lo hacen ver, “pero no sé hasta qué punto lo puedo controlar. Y quiere a tus familiares y no quieres ser responsable de las tensiones pero, a veces, es un quiero y no puedo”.

Algo que la psicóloga explica argumentando que “la medicación es mucho más fuerte” y reivindicando decisiones concretas para la medicación y normalización en la sociedad.

 

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